Ya en medios de comunicación aparecieron los campesinos y campesinas de Medellín, ya el municipio ha tenido que reconocer la existencia de las pequeñas parcelas y fincas campesinas del Distrito Rural Campesino que surten ventas ambulantes, las tiendas, los supermercados, la minorista, la mayorista y hasta la plaza de Urabá. Si se hacen las cuentas de los medios de comunicación: Santa Elena pasa de 320 familias campesinas, más de 600 floricultores de Santa Elena y San Cristóbal, y tan solo 200 personas de mercados campesinos, aquí mal contadas van 1.120 familias campesinas, faltan más de 6.000 personas que viven en San Sebastián de Palmitas y las más de 8.000 familias campesinas de San Cristóbal, Altavista y San Antonio de Prado.
Son pequeñas parcelas de menos de 1 hectárea que producen alimentos y que no están en las cuentas municipales. Sin precedentes en América Latina hace más de 30 años que la población campesina y la de corregimientos no ha sido censada, quizá por eso el anteproyecto del Plan de Desarrollo de Medellín tan solo consideró el 0,23 % de todo el presupuesto para corregimientos y desarrollo rural sostenible.
La pandemia está dejando al descubierto las debilidades del sistema y en medio de la crisis se evidencia la necesidad y el estado de abandono del campo, la inequidad social, territorial y de género. El 70% del territorio de Medellín es rural y se encuentra dividido en cinco corregimientos, donde habitan aproximadamente 12.000 familias campesinas, muchas de ellas desprotegidas, que producen alimentos de buena calidad, kilómetro cero, con disponibilidad inmediata y que le aportan a la sostenibilidad y al patrimonio cultural de Medellín.
Si bien la Alcaldía implementó la plataforma “Compra Local”, es desconcertante ver gente sufriendo de hambre al tiempo que en las veredas se botan alimentos. En diferentes zonas urbanas y rurales hay muchas personas que, con banderas y camisetas rojas, claman por ayudas al no tener comida, lo que evidencia que no existe una red de comercialización que les permita a campesinos y campesinas vender la producción. La falta de ingresos les genera dificultades para abastecerse de otros alimentos que complementan su canasta básica familiar, como lo dice una campesina y pequeña productora “con solo cebolla no se hace una sopa”.
Según un rastreo que hemos realizado con la comunidad campesina, a través de una red de apoyo de 150 personas de 48 veredas, se ha confirmado que en medio de esta pandemia no hay encadenamientos directos entre producción y consumo y por eso se pierde la producción de las pequeñas parcelas. La Alcaldía y los mayoristas están comprando a grandes y medianos productores y a los pequeños solo les están comprando cebolla y cilantro; hay familias en cuarentena con hambre porque la medida de pico y cédula no es apta para las personas de la ruralidad, los adultos mayores son la población más afectada en esta emergencia debido al inexistente sistema de salud en las veredas. La falta de un censo real y los errores en las bases de datos han beneficiado a personas que no necesitan las ayudas y excluyen a quienes las requieren, los estudiantes temen perder sus cursos y semestres por la limitada conexión a internet, además, la falta de acceso a la conectividad virtual y la falta de información, hace que muchas de las familias campesinas no puedan inscribirse en los subsidios que ofrece el gobierno.
Hacemos un llamado de alerta a la Administración Municipal para que reconsidere la forma de atención a la ruralidad campesina, desarrollar el “software de la montaña” para conectar la ruralidad y actuar con inteligencia de sostenibilidad; comprar a pequeñas parcelas para alimentar a quienes tienen hambre en la ciudad y así brindar doble beneficio: aliviar el hambre en la ciudad al tiempo que se brinda alimentación complementaria a fincas campesinas; es decir encadenar solidariamente los alimentos de Medellín y mitigar el impacto económico de estas poblaciones vulnerables.
21 de abril de 2020.
William Álvarez es padre de Daniela, estudiante de Gestión Comercial y actual administrador de la Tienda Col y Flor, cargo al que ha llegado en medio de un proceso surgido en su infancia y su incursión en procesos ambientalistas en la Vereda San José de la Montaña en el Corregimiento San Cristóbal de Medellín.
Desde los 8 años de edad vive entre cartillas, huertas y procesos ambientalistas, lo que hoy reconoce como el detonante del compromiso social que ha sido la base de su trabajo. Grupos juveniles, ambientales, semilleros, acción comunal y hoy Col y Flor, han sido taller y escuela para este hombre de 36 años que anuncia sus planes en forma de promesa para sí: “aunque tenga cincuenta años voy a estudiar antropología”, dice.
Recuerda como un momento clave en su vida el tiempo en que participó en la reforestación de La Laguna, un sector de su vereda cuyo dueño quería convertir en terreno de pastoreo. Allí, al observar el movimiento juvenil activo, pudo identificarse con lo que hoy sigue siendo para él uno de sus mayores aprendizajes: todo debe ser cuestionado. “Ver gente tan animada haciendo cosas fue la semilla para lo que hago hoy”, cuenta satisfecho.
La historia de William está ligada a la historia de la Tienda Col y Flor desde su creación. Empezó trabajando con la Asociación Campesina Agroecológica de la región de Boquerón (ACAB) en labores de telemercadeo y distribución, desde antes de su conformación legal. Hoy es el administrador de la Tienda después de compartir con diversos administradores de quienes cuenta haber aprendido sus específicos talentos, tanto en lo administrativo, como en lo social y en las nociones de comercio justo que orientan su trabajo. Cuenta, además, sobre su convicción de que “el mayor valor agregado es lo intangible, muchas veces más importante que el punto de equilibrio”, mientras resalta la importancia de pensar en colectivo y ser coherentes, no solo en términos de agroecología.
Atribuye la consolidación del proyecto al apoyo de la Corporación Penca de Sábila y a un trabajo continuo que privilegia las necesidades de las personas sobre los resultados financieros. Enfatiza en que Col y Flor es ante todo una empresa, pero deja claros sus objetivos con toda convicción: “yo estoy en el proceso porque es un proyecto de vida, porque es mejor trabajar queriendo lo que se hace. Trabajar solo por el dinero no es rico”.
“La tierra me encanta. Desde pequeño empecé a verla desde otro punto de vista. No solo como el lugar donde se trabaja mucho, hay que acostarse temprano y ganar poquito, sino que me entregó otra visión sobre la vida: aprendí a cultivar la tierra, no solo extraer, sino también a devolverle. Aprendí que en la medida en que se equilibre esa relación, la tierra nos va a dar más”, apunta mientras relata anécdotas de su infancia en Boquerón.
William Álvarez se confiesa soñador. Aprendió a hacerle preguntas al mundo y a proponer respuestas posibles a través de la mirada de la vida en comunidad y la búsqueda del equilibrio con el ambiente. Relata los hechos destacados de su vida haciendo énfasis en la constancia; constancia que reconoce en el trabajo de la Corporación Penca de Sábila y las personas que la componen: “Penca es mi escuela. Su trabajo de permanencia le ha dado otras perspectivas y nociones a múltiples procesos en la ciudad. Los admiro y los respeto por la capacidad y la tenacidad que han tenido para afrontar esta ciudad y todos los retos, que han sido muchísimos. No desvían su pensamiento al encontrarse una barrera”.
La Corporación Ecológica y Cultural Penca de Sábila y la Asociación Campesina Agroecológica de la región de Boquerón (ACAB) crearon a Colyflor, tienda de comercio justo, para potenciar la comercialización alternativa de las organizaciones y familias campesinas.La tienda Colyflor comercializa productos sanos, naturales y de producción agroecológica, orgánica y tradicional campesina, alimentos producidos sin agrotóxicos. Es una iniciativa que busca la permanencia de las tradiciones culturales campesinas y promueve acciones para la defensa de la soberanía, la seguridad y la autonomía alimentaria desde la perspectiva de la comercialización con un enfoque de comercio justo.
El comercio justo es reconocido por campesinos y campesinas que participan en los mercados alternativos como la mejor opción que pueden encontrar para vender sus productos agroecológicos.
INDICE
INTRODUCCIÓN
1. ¿Qué es Comercio Justo?
2. Principios del Comercio Justo
3. Organizaciones del comercio justo
4. El comercio convencional es injusto
5. Fortaleciendo los mercados locales
6. Circuitos económicos solidarios
7. Consumo Responsable
8. Redes de consumidores responsables
9. Comercio justo y soberanía alimentaria
10. Comercio justo y justicia de género
11. Experiencia local de comercio justo
12. Certificaciones del comercio justo
13. Estrategias del comercio justo en Medellín
14. Comercio justo local y gestión ambiental
15. El comercio justo como derecho de los campesinos y las Campesinas
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA